Estudio de UDLA revela que casi un 20% de la vegetación en la zona central evidenció signos de deterioro por evento de hipersequía de 2019-2020

La megasequía que ha afectado a Chile en los últimos 15 años ha provocado una pérdida de verdor o “browning” (pardeamiento) de la vegetación de la zona central, revelando pérdidas significativas de vigor,  estructura y productividad vegetal, además de señales de una disminución sostenida en la resiliencia de los  ecosistemas mediterráneos del país.  

El hallazgo es parte de un estudio de tres universidades chilenas: Universidad de Las Américas, Universidad Adolfo Ibáñez y Universidad de Chile, titulado “El pardeamiento de la vegetación como indicador del impacto de la sequía y la resiliencia de los ecosistemas”, fue liderado por el investigador de UDLA, Ignacio Fuentes y publicado por la revista Science of Remote Sensing.


 TE VA A INTERESAR: 


El análisis utilizó datos satelitales correspondientes a un período de 24 años (desde 2000 a 2024), en un  área de 47 mil kilómetros cuadrados entre las regiones de Valparaíso y O’Higgins, revelando cómo los  déficits de lluvias de 2019 y 2020 se propagaron dentro de diversos tipos de zonas. 

Ignacio Fuentes, investigador de UDLA

“El objetivo fue evaluar la relación entre el  ‘browning’ de la vegetación, la resiliencia del  ecosistema y la propagación de la sequía en Chile central”, dijo Fuentes, quien pertenece al Núcleo de Investigación en Sustentabilidad Agroambiental (NISUA) de UDLA. Los resultados alertan sobre cómo  las  sequías se propagan rápidamente y debilitan la  resiliencia  de ecosistemas, junto con advertir el  impacto del calentamiento global en la severidad  de fenómenos extremos.  

 

El trabajo empleó imágenes del sensor MODIS para evaluar tres indicadores: el Índice de  Vegetación de Diferencia  Normalizada (NDVI),  asociado al vigor fotosintético; el Índice de Área  Foliar (LAI), sobre la estructura y densidad del   follaje; y la Productividad Primaria Bruta (GPP), que representa la capacidad de las plantas para 

convertir dióxido de carbono en biomasa.  

 

“Según los resultados, el 19% del territorio presentó una caída en el NDVI, mientras que un 12%  experimentó pérdidas en productividad y un 8% reducciones en el área foliar,  evidenciando impactos  profundos en la cobertura vegetal. El NDVI respondió a la sequía dentro de seis meses, mientras que las  pérdidas de productividad se retrasaron 8,7 meses”, señaló el académico de UDLA, Ignacio Fuentes.  

 

El deterioro ocasionado solo logró recuperarse en un 20-25% de las zonas tras 3,6 años en promedio.  Es decir, menos de un cuarto de las áreas afectadas lograron recuperarse hasta un estado similar al previo a la perturbación, una vez que las precipitaciones comenzaron a normalizarse en 2023. Las zonas más  afectadas se concentraron en formaciones esclerófilas, arbustivas y matorrales mediterráneos. 

 

Pérdida de resiliencia ecológica  

 

La publicación documentó la extensa degradación de la vegetación en la zona central de Chile, explicando  que la magnitud y la velocidad del daño variaron según la latitud, la exposición solar y el tipo de vegetación. La secuencia de este deterioro sugiere que la vegetación primero pierde vigor y posteriormente  experimenta daños estructurales y funcionales.  

 

Por ejemplo, las zonas al norte, más secas, respondieron antes a la sequía, mientras que áreas boscosas de mayor altitud mostraron impactos diferidos, pero, en algunos casos, más severos. El matorral espinoso  presenta una de las respuestas más tempranas al pardeamiento, mientras que formaciones deciduas  (plantas que no mantienen el follaje todo el año), bosques mixtos, y sobre todo el matorral andino,  registraron cambios más tardíos. 

 

El estudio también evaluó cambios en la resiliencia ecológica a través de la evaluación de indicadores que  muestran cuánto tarda un ecosistema en volver a la normalidad tras una perturbación. Los investigadores  expusieron que más del 87% del territorio mostró un debilitamiento en esta capacidad. El análisis refleja  “una disminución general de la resiliencia de la vegetación” en amplias zonas del territorio, especialmente  en aquellas sometidas a estrés hídrico repetido, sostuvo Fuentes. 

 

Los investigadores señalan que estas tendencias podrían tener implicancias a largo plazo en la provisión  de servicios ecosistémicos, incluidos la regulación del clima local, la protección de suelos y la disponibilidad  de agua. La zona central de Chile es considerada una región de elevada biodiversidad a escala global y ha sido una de las zonas más afectadas por la megasequía iniciada en 2010, considerada la más  prolongada en registros instrumentales del país. 

 

El académico de UDLA subrayó la necesidad de fortalecer programas de monitoreo ambiental para  detección temprana, restauración ecológica (especialmente para ecosistemas con baja recuperación ante  eventos secos intensificados por clima) y manejo adaptativo del territorio. Y también apuntó a que  fenómenos extremos como el registrado en 2019–2020 podrían volverse más frecuentes bajo  escenarios  de cambio climático, haciéndose urgente diseñar políticas de mitigación y estrategias de conservación  basadas en evidencia. 

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