Daniel Olivares, profesor asociado Facultad de Ingeniería y Ciencias de la Universidad Adolfo Ibáñez y director del Centro de Transición Energética UAI (CENTRA).
OPINIÓN
“Debemos comenzar por adoptar una nueva visión de la sostenibilidad y el bienestar de la humanidad, una que integre el conocimiento científico con una comprensión más profunda de lo que nos inspira y nos preocupa, de lo que nos hace humanos”.
El Día Internacional de la Energía, celebrado anualmente el día 14 de febrero, nos ofrece una oportunidad para reflexionar sobre el papel vital que la energía juega en nuestras vidas y en el desarrollo de la sociedad. Es un día para reconocer tanto los beneficios como los desafíos que la demanda energética impone en nuestro mundo.
“Desde la iluminación de nuestras casas hasta el funcionamiento de
industrias, la energía está en el corazón de casi toda actividad humana”
La energía es el motor del desarrollo y el bienestar de la población. Sin ella, muchas de las comodidades y facilidades de la vida moderna serían imposibles. Desde la iluminación de nuestras casas hasta el funcionamiento de industrias, la energía está en el corazón de casi toda actividad humana. Permite el avance de la tecnología, el crecimiento económico, y mejora la calidad de vida de millones de personas alrededor del mundo. Sin embargo, este desarrollo viene con un costo. El impacto ambiental de nuestra demanda energética es significativo y diverso. La mayoría de las fuentes de energía tradicionales, como los combustibles fósiles, tienen efectos perjudiciales para el medio ambiente. La emisión de gases de efecto invernadero es una de las principales causas del cambio climático, un problema global que amenaza los ecosistemas naturales y la supervivencia de muchas especies, incluyendo la nuestra.
“El impacto ambiental de nuestra demanda energética es significativo
y diverso. La mayoría de las fuentes de energía tradicionales, como los combustibles fósiles, tienen efectos perjudiciales para el medio ambiente”
Nos enfrentamos a una paradoja: los mismos recursos que impulsaron el progreso y el bienestar de nuestra civilización, en una escala temporal diferente, pueden ser responsables de una catástrofe para muchas formas de vida en el planeta. ¿Cómo puede un sistema que mantuvo un equilibrio climático durante casi 10,000 años entrar en un patrón de inestabilidad como el actual? ¿Por qué tardamos tanto en comprender este fenómeno? La ciencia nos ha proporcionado pruebas irrefutables sobre los orígenes antropogénicos de la crisis climática, desde el uso de combustibles fósiles hasta prácticas insostenibles en la agricultura, ganadería y extracción de recursos naturales. Esto ha generado esfuerzos globales para reemplazar prácticas insostenibles a partir del uso de energías renovables, combustibles verdes y una gestión más responsable de los residuos, entre otros. Estos son objetivos loables en los que debemos invertir recursos y talento en los años venideros.
Sin embargo, estas medidas no son la respuesta a las preguntas fundamentales planteadas. Las respuestas deben surgir de una reflexión más profunda sobre cómo el estilo de vida moderno ha desconectado al ser humano de los ciclos naturales. Vivimos en ciudades que nos aíslan del entorno natural, que nos impiden ver la incómoda verdad que Al Gore mencionaba en su famoso documental: el daño que nuestra forma de vida inflige en nuestro entorno natural, un entorno que ya apenas reconocemos.
Entonces, ¿cómo podemos avanzar en esta reflexión y lograr un cambio real? Desde mi perspectiva, debemos comenzar por adoptar una nueva visión de la sostenibilidad y el bienestar de la humanidad, una que integre el conocimiento científico con una comprensión más profunda de lo que nos inspira y nos preocupa, de lo que nos hace humanos; en definitiva, necesitamos un cambio de paradigma. ¿Por dónde podemos empezar? Por el lugar donde siempre han surgido los cambios significativos en nuestras vidas: por nosotros mismos.
Colaboración de:
Daniel Olivares Quero, profesor asociado Facultad de Ingeniería y Ciencias de la Universidad Adolfo Ibáñez y director del Centro de Transición Energética UAI (CENTRA).
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